jueves, 13 de enero de 2011

Eterno retorno.

Para Rodrigo García Bonilla.

Otra arista en la figura de la escritura: las palabras para hacer visibles los errores, para provocar a los ojos y a las miradas; no para provocar conmiseración de uno mismo, sino para destarticularnos y luego entendernos.
La omnipresencia de la imposiblidad de amar, para mí, es innegable. Convoco a las letras para insultarme, para burlarse de mi falta de malicia. Que sean, las palabras, proyectiles para mi orgullo.
Escribo porque haber esquivado los impulsos de traicionar a alguien querido, o querida; no me ha propinado tranquilidad alguna. Durante algún tiempo me regocijé en mis decisiones para no lastimar, para no ceder ante mis deseos. Hoy no encuentro regocijo. Hoy la tranquilidad se desvaneció cuando eché abajo las edificaciones que construí con ilusiones, se ha perdido entre la polvareda del derrumbe. Una vez más he hecho una hecatombe con mis sentimientos, y toda mi ofrenda la he hecho en función de alguien más; para abrir una brecha por la que yo no voy a cruzar.
Los números son prescindibles puesto que aquí la fecha da lo mismo: el desamor es eterno, luego entonces, permanente. La escritura existe para testimoniar que una vez más, en la finita infindad de decepciones, ha aparecido el amor en la única figura que le conozco: ese fantasma pestilente que me rapta a los paisajes más mórbidos y que escupe al tiempo para volverlo lúgubre y no más. Cuando uno conoce la exactitud de la pluma propia, da pánico escribir sentencias así: "Esta será una muerte larga y dolorsa, y resucitaré para darle paso a la siguente".

1 comentario:

  1. Hasta siento que te traiciono, Yerem, por sentir regocijo estético ante lo terrible de esto. Es muy bueno.

    (El diuris sí funciona)

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